¿POR QUÉ ME HA TENIDO QUE PASAR A MÍ? 

«¡No puedo dejar de llorar! ¡No me puedo creer lo que me está pasando! ¡No puede ser verdad! ¡No puede ser que mi hermano ya no esté con nosotros!¡ No me lo creo! -me repetía una y otra vez sin dejar de llorar-. Había fallecido mi hermano y sólo quien haya pasado por eso puede comprender cómo me sentía. No sólo era la pena de que ya no estuviera con nosotros lo que me ahogaba. Eran muchas, muchas cosas. ¡Me sentía culpable de todo!. De no haberle dedicado el tiempo que necesitaba. De no haber sido cariñosa con él. De no haberle entendido y comprendido. ¡Incluso de no haberle dicho te quiero lo suficiente!. ¡Con lo que yo quería y quiero a mi hermano! ¿Por qué él? ¿ Por qué a nosotros? ¿Qué hemos hecho mal? ¿Por qué este castigo? » 

Sigmund Freud definía el duelo como un trabajo “que requiere emplear mucho tiempo y mucho esfuerzo para poder resolverlo adecuadamente”. 

Pocas personas asumen la muerte como parte de la vida, y cuando nos cruzamos con ella de frente nos rompe los esquemas que manejamos sobre nuestra existencia. La hemos desnaturalizado tanto que creemos estar en posesión de un escudo que nos protege a nosotros mismos y a nuestro círculo de ella. Creemos saber a ciencia cierta que la muerte sólo le pasa a los demás. Sin embargo, lo cierto es que todos estamos metidos dentro del mismo bombo de lotería y no podemos luchar contra ello. 

Una de las clasificaciones que más consenso ha adquirido establece cuatro subtipos de duelo complicado: 

  1. Duelo crónico. Pasa un año y la persona siente que nunca acaba. No termina de amoldarse a su nueva vida y sigue sin aceptar el dolor, la angustia o la ansiedad que siente al recordar la pérdida. La persona se detiene  en alguna de las tareas descritas anteriormente sin llegar a su finalización. 
  1. Duelo retrasado o pospuesto. Tras la pérdida la persona experimenta ciertas emociones, pero no todas las que existían, o con su verdadera intensidad y, pasado un tiempo, vuelve a experimentar una fuerte carga emocional ante algún acontecimiento que reabre la herida. 
  1. Duelo exagerado. la persona se siente desbordada de dolor  y trata de evadirse mediante ciertas conductas de evitación, como consumo excesivo de alcohol o drogas, centrarse obsesivamente en el trabajo, en salir o en cualquier conducta que le permita sobrellevar el dolor, lo cual puede llevar, en última instancia, a desarrollar algún trastorno psicopatológico, como problemas de ansiedad o depresión. Puede ser que la persona sea consciente de que hace todo esto para evitar el dolor que la pérdida implica, pero no sepa cómo afrontarlo. 
  1. Duelo enmascarado. la persona presenta problemas físicos o realiza conductas que le causan dificultades, pero sin darse cuenta de que éstas tienen que ver con la pérdida no superada. Por ejemplo, puede experimentar síntomas físicos similares a los del fallecido antes de morir o desarrollar problemas psicopatológicos (ansiedad, trastornos alimentarios, etc.), sin ser consciente de que su malestar tiene que ver con el duelo no resuelto. 
“cada persona es distinta y elabora su duelo
de forma particular”

FASES DEL DUELO

Los primeros modelos que se crearon sobre el duelo son los Modelos de Fases o Etapas. Según Kübler-Ross, para la resolución del duelo se pasa por las siguientes fases: 

  1. Negación 
  2. Ira
  3. Negociación
  4. Depresión
  5. Aceptación 

Estas fases hacen hincapié en el aspecto emocional del proceso. Los modelos que han ido surgiendo posteriormente son los Modelos de Tareas y de Procesos. Un ejemplo de ellos, es el de Worden que propone cuatro tareas: 

  • Aceptar la realidad de la pérdida: afrontar el hecho de que la persona ya no está.  El autor distingue entre aceptación intelectual y aceptación emocional. El primer término hace referencia al conocimiento que se tiene de una muerte o pérdida, mientras que el segundo término va más allá del hecho de ser consciente  de que alguien se ha ido, siendo necesario reconocer y vivir las emociones que han generado la pérdida.   
  • Elaborar las emociones y el dolor de la pérdida: la persona experimentará tanto emociones negativas como positivas, sin responder a ninguna lógica ni orden establecido. Se puede sentir cualquier emoción en cualquier momento. Lo importante es aceptar en todo momento los sentimientos, nos parezcan lógicos o no, demasiado dolorosos o demasiado poco. Muchas personas, de manera consciente o inconsciente, no se permiten sentir ciertas emociones,  bien por evitar el sufrimiento, por miedo al rechazo social, etc.; pero es necesario reconocer y trabajar todo sentimiento experimentado. La negación de esta segunda tarea es no sentir, lo cual se puede hacer de muchas maneras: evitando pensamientos dolorosos,  idealizar a la persona perdida, evitar las cosas que le recuerdan la pérdida, usar drogas o alcohol… 
  • Adaptarse a un mundo en el que el fallecido ya no está presente: cómo influye la pérdida en el día a día de la persona, es decir,  qué roles desempeñaba (adaptaciones externas), cómo influye la pérdida en la imagen que la persona tiene de sí misma, fundamentalmente en la definición que hacen de sí mismas y en su sensación de eficacia personal (adaptaciones internas) y finalmente cómo influye la pérdida en las creencias, valores y los supuestos sobre el mundo que tiene la persona (adaptaciones espirituales). 
  • Recolocar emocionalmente a la persona fallecida: esta última tarea consiste en encontrar un lugar para la persona que se ha ido que le permita a la persona estar vinculada con ella, pero de forma que no le impida continuar con su vida. Debemos encontrar maneras de recordar a los seres queridos que han fallecido llevándolos con nosotros, pero sin que ello nos impida seguir viviendo (Worden, 2004). No consiste en renunciar al fallecido, sino en encontrar un lugar adecuado para él en su vida emocional. 

Lo cierto es que cada persona es distinta y elabora su duelo de forma particular, con aspectos generales comunes, pero con matices únicos. 

“Si huimos del dolor, éste crece.
Si lo afrontamos, se deshace” 

Pasamos gran parte de nuestra vida imaginando lo hermosa que será nuestra existencia, idealizando el amor, las relaciones de pareja… Y es ese pensamiento en el futuro lo que nos impide disfrutar del presente. 

Estamos acostumbrados a ignorar el dolor y no prestarle atención.  Cuando estamos pasando un duelo la sociedad nos empuja a recuperarnos cuanto antes y a sufrir lo menos posible.La consecuencia de esto es como bien dijo el psiquiatra Francis J. Braceland  “el dolor que no se desahoga con lágrimas puede hacer que sean otros órganos los que lloren“. Llorar y sufrir tras la muerte de un ser querido es normal y necesario para poder recuperarse.  

Si huimos del dolor, nos perseguirá. Si lo afrontamos, terminará desapareciendo. Así de fácil y así de difícil. 

«El dolor solo es soportable si sabemos que terminará, no si negamos que exista.» Viktor Frankl

Foto de Madera creado por jcomp – www.freepik.es

También te puede gustar:

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *